El papel de Rusia en el orden mundial de posguerra. ¿Cómo evolucionará la posición de Rusia en el Sur Global y dentro de las instituciones internacionales?

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By Daryna Sydorenko, Anna Rudenko, Alina Horbenko, Anna-Mariia Mandzii, Yana Balanchuk
October 16, 2025

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Rusia ha demostrado una notable capacidad de adaptación a las sanciones occidentales, preservando al mismo tiempo su fortaleza económica y su alcance geopolítico. Al redirigir los flujos comerciales de Europa hacia Asia y el Sur Global, Moscú ha logrado mantener la estabilidad financiera y afirmar nuevas esferas de influencia. El uso estratégico de exportaciones energéticas con descuento, el comercio de fertilizantes y cereales, así como el control sobre corredores de transporte, permite al Kremlin sostener sus fuentes de ingresos y construir alianzas alternativas que atenúan el impacto de la presión occidental.

La reorientación del comercio ruso se observa con mayor claridad en el papel creciente del Corredor Internacional de Transporte Norte–Sur, que conecta a Rusia con la India y otros mercados asiáticos a través de Irán. A mediados de 2024, la India había superado a China como el principal comprador de petróleo ruso, mientras que las exportaciones secundarias a través de terceros países permitían que la energía rusa siguiera llegando indirectamente a los mercados europeos. Este giro hacia el Este no solo ha preservado la base económica de Rusia, sino que también ha incrementado su control sobre rutas logísticas estratégicas en toda Eurasia.

Paralelamente, Moscú está ampliando la economía en la sombra que alimenta su presupuesto de guerra. La legalización de la minería de criptomonedas, el uso del oro y los diamantes en el comercio, y las operaciones de empresas como Alrosa ilustran cómo el Kremlin elude las sanciones. A pesar de las restricciones internacionales, los recursos rusos siguen integrados en las cadenas globales de suministro, lo que pone de manifiesto las limitaciones de los mecanismos actuales de aplicación de sanciones.

Más allá del ámbito económico, la adaptación de Rusia se extiende a la ideología y la diplomacia. El Kremlin busca posicionarse como líder de una “mayoría mundial” opuesta a la dominación occidental, uniendo a países desde Venezuela hasta Corea del Norte a través de plataformas como los BRICS, la Iniciativa de la Franja y la Ruta y la Organización de Cooperación de Shanghái. Esta red emergente ofrece a Rusia cobertura política y oportunidades económicas, al tiempo que debilita la cohesión del régimen internacional de sanciones.

Un elemento clave de esta estrategia es la explotación por parte de Moscú del resentimiento poscolonial hacia Occidente. Al invocar su legado soviético como potencia antiimperial, Rusia promueve la ilusión de estar combatiendo el neocolonialismo occidental, y no librando una guerra de agresión. Tales narrativas han encontrado eco en partes de África, Oriente Medio y América Latina, donde la desconfianza hacia las políticas occidentales sigue siendo profunda. Las manifestaciones de apoyo a Rusia en estas regiones subrayan la eficacia de esta campaña informativa.

No obstante, las asociaciones de Rusia se definen principalmente por el pragmatismo. La India continúa equilibrando su cooperación tanto con Estados Unidos como con Rusia. Turquía, pese a ser miembro de la OTAN, profundiza la cooperación energética mediante el proyecto nuclear de Akkuyu. Egipto recibe ayuda militar estadounidense, pero depende de las importaciones de grano ruso. Al mismo tiempo, regímenes autoritarios y juntas militares – como los de Venezuela, Malí y Myanmar – acogen a Moscú como un garante de seguridad capaz de proporcionar apoyo fuera de las normas internacionales. Sin embargo, estas alianzas siguen siendo fluidas, impulsadas por intereses de corto plazo más que por lealtades duraderas.

Ante la fuerte caída de las exportaciones de armas, Rusia ha recurrido a la diplomacia nuclear como piedra angular de su renovada proyección global. Rosatom, la corporación estatal de energía nuclear, domina hoy el mercado de conversión y enriquecimiento de materiales y suministra reactores a Turquía, Egipto, India y Bangladés. Estos proyectos vinculan a las economías en desarrollo con Moscú durante décadas, consolidando la influencia rusa incluso bajo un régimen de sanciones. Al aprovechar las asociaciones nucleares, Rusia obtiene beneficios económicos y posiciones estratégicas en África, Asia y América Latina.

La capacidad de Rusia para adaptarse a las sanciones refleja una transformación más profunda del orden mundial. Una red cada vez más amplia de Estados neutrales o sancionados, interconectados por nuevas cadenas de suministro e intereses compartidos, está redefiniendo la dinámica del poder internacional. Este cambio exige que Occidente refuerce la aplicación de sanciones, regule el comercio de criptomonedas y metales preciosos, y promueva la diversificación energética en los países en desarrollo. Al mismo tiempo, contrarrestar la desinformación y garantizar la supervisión de los proyectos nucleares resulta esencial para limitar el alcance de Moscú.

La capacidad de Rusia para sobrevivir – e incluso prosperar – bajo un aislamiento sin precedentes subraya la urgencia de una acción global coordinada. Su habilidad para combinar flexibilidad económica, manipulación ideológica y diplomacia tecnológica la convierte en un desafío persistente al orden internacional basado en normas. Sin embargo, las alianzas regionales y los giros económicos de Moscú no son monolíticos: a menudo son transaccionales, frágiles y dependientes de incentivos inmediatos. Identificar y exponer los puntos débiles de estas asociaciones – desde las vulnerabilidades en los sistemas de pago y las rutas de exportación secundaria hasta las fallas políticas y reputacionales – es esencial para quienes buscan reducir la capacidad de Rusia de financiar la agresión y ejercer influencia geopolítica.

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